La leyenda de Borno y la ninfa del lago - Leyenda Irlandesa
Hoy les hacemos llegar una leyenda irlandesa antigua, espero sea de su agrado:
La gente de aquella tierra, hablaba a menudo del destino fatal de un joven llamado Borno. Tan atractivo, que era conocido como el mimado de los dioses.
Allí estaba Borno en una cresta baja de la montaña desde donde se podía divisar el brillo del mar en la distancia.
Entre un grupo de viejos árboles, había un estanque centenario abastecido por un manantial que afloraba entre las rocas.
Borno dejó beber al asno, luego cogió las tinajas mientras el animal pastaba de aquí allá.
Pero no las llenó enseguida, se sentó junto al estanque, disfrutando del aire fresco y escuchando como las cigarras festejaban la belleza del medio día.
De pronto los lirios se estremecieron, el agua se rizó y susurró al chocar contra las piedras. Entre los nenúfares apareció una mujer infinitamente seductora; infinitamente misteriosa.
Su piel era más blanca que los pétalos de lirio, sus ojos eran verdes como las hojas. Una oscura melena con tallos entrelazados, caía sobre sus hermosos hombros fundiéndose con el agua.
Levantó una mano y Borno se acercó a ella. Luego vaciló y retrocedió.
-No sois mortal, doncella-dijo.
La muchacha sonrió perezosamente y asintió con la cabeza, los ojos del muchacho se oscurecieron de deseo inclinándose sobre el estanque.
Tan pronto como la punta de sus dedos tocó el agua, la mujer le sujetó como si de un grillete se tratara. Sus pequeñas y afiladas uñas se clavaron en su carne y Borno cayó inexorablemente al agua, penetrando en el mundo sin aire que se ocultaba bajo la tierra, dónde aún reinaban los espíritus acuáticos y los humanos no podían vivir.
O por lo menos eso es lo que dijeron los compañeros de Borno. El asno había regresado hasta los campos rebuznando lúgubremente.
Fueron al estanque, donde encontraron las tinas del agua en el suelo, vacías. Le buscaron y le llamaron hasta el amanecer, pero fue en vano.
Algo mágico flotaba en el aire alrededor del estanque.
Más tarde, tras haber dado por terminada la búsqueda, los irlandeses compusieron una melodía para Borno, contando como fue raptado por la ninfa del estanque.
La cantaron durante siglos mientras recolectaban el grano
Esta noche hace bastante frío y es posible que venga menos gente que nunca... Las carretas ya están dispuestas en dos filas paralelas, montadas las tarimas, adornadas con flores algunas de ellas. Pronto se encenderán las luces, con el reconfortante ronroneo de los motores de gasolina, pronto comenzará a gritarse por los altavoces que la " Feria de los Misterios" ha llegado al pueblo, y todos vendrán a admirar sus secretos a la explanada.
La luna llena está alta en el cielo salpicado de estrellas. Hoy la función se ha retrasado unas horas, pero comenzará, sí, como siempre, como todas las noches. No sé, pero creo que nos quedaremos poco tiempo aquí, mañana estaremos en otro lugar, pero haciendo lo mismo, es decir, no cambiar nunca; seremos el asombro de niños, la añoranza de los viejos, pero nosotros siempre haremos lo mismo. Se repite como una canción eterna, como un crepitante disco rayado, a pesar de que a partir de ahora falten algunas notas...
Siempre estará Hércules, el forzudo, en su caseta rodeada de barrotes que él dobla y desdobla una y otra vez, como si fueran mantequilla. Hércules, con su taparrabos de gastada piel de leopardo que asegura que es auténtico, con sus bigotes y su reluciente calva. Ronda ya los sesenta años, sus músculos de acero comienzan a ablandarse y a formar michelines, pero él sigue luciéndolos con entusiasmo ante la mirada atónita de niños boquiabiertos, que luego intentan imitarle.
También estará Mysteria, la hija de aquella gitana de ojos tan negros como su cabello. Sus trucos de magia son sobrecogedores, y podría jurarse que no tienen truco, que son realmente mágicos. Estoy convencida de que el polvillo que arroja sobre su pañuelo antes de sacar la paloma, no es harina ni azúcar sino alguna mística esencia proveniente de la India, o algún otro misterioso país. Además, nunca saca la misma paloma, porque siempre la echa a volar y se pierde en el cielo nocturno. Cuando Mysteria acaba su actuación permite a los curiosos que entren en el interior de su carreta, y sin son generosos, ve su futuro en una bola de cristal, y estoy segura de que acierta. Al igual que acertó lo que ocurriría este anochecer, pero nadie quisimos creerla, no al menos racionalmente.
¡ Mirad!, esta es mi carreta. Sí, ya sé que parece un poco triste, tan negra y pequeña pero mi actuación también es triste, negra y pequeña. Lo cierto es que no me importa, porque realmente yo no actuó para la gente que viene a verme, y que es muy poca, sino que actuó para mí misma. Entiendo que en el alegre y cálido ambiente de la feria, haya pocos que prefieran ver a una delgada mimo vestida de negro y pintada de blanco, alrededor de cuya caseta parece hacer más frío que en ningún sitio, y haber menos luz, y que se hace llamar: " La sombra de una sonrisa". Ya sé que es un tanto extraño, peculiar, pero todo aquí lo es. El nombre se le ocurrió a él, cuando me vio por primera vez.
Enfrente de mi caseta está la suya, la de Hesplant, el hombre de la isla de fuego, pintada de rojo y amarillo reluciente de antorchas y potentes bombillas. Pero ahora está tan fría y apagada como la mía.
Hesplant, me ha contado que me encontró una noche, en otro pueblo mirando embobada su actuación aunque yo no lo recuerdo muy bien. Él con su pelo castaño, sus ojos que cambian de color, verdes por el día, castaños por la noche y su piel bronceada, el traga-fuegos de la feria. Siempre fue el mas admirado por el público más que Hércules o Mysteria. Tal vez por lo peligroso de su espectáculo y lo guapo que era. Dice que cuando acabó su actuación yo seguía allí sentada en el suelo, con mi ropa negra y el rostro pintado de blanco. Bajó con un salto de la tarima y se sentó a mi lado, me saludó, y yo le respondí moviendo mi mano frente a su rostro. Se acercó más a mí.
- ¡Vaya! -dijo tocando mi jersey- estás empapada en sudor- me puso una mano en la frente- y tienes muchísima fiebre, y mira esas ojeras, ni siquiera la pintura puede disimularlas.
Me tomó de las manos y pude sentir su cálido tacto en mi. Le miré a los ojos, verdes y profundos como un bosque, calculé que no tendría más de dieciocho años, como yo.
- Ven conmigo chica triste -me dijo intentado llevarme a su carreta.
Yo trastabillé y estuve a punto de caer, sino hubiese sido porque él me sostuvo entre sus brazos. Temblé ante su contacto y deseé apartarme, pero me quede allí, apoyada la cabeza en su pecho, sintiendo su respiración y los latidos de su corazón. Subimos la escalera de cuatro peldaños que conducía a su carromato y me tendió con cuidado en una pequeña cama.
- Estás tiritando.
Hesplant se acercó a mí y trató de quitarme el jersey mojado. Yo me revolví como pude y me acurruqué en un rincón, temerosa. Él me miró con extrañeza.
- No te lo voy a robar, sólo quiero lavarlo y secarlo.
Entonces como me ha pasado muchas veces, me vi a través de sus ojos. Vi a una muchacha no demasiado delgada, pero enfermiza, de grandes ojos tristes y lacio cabello castaño hecha un ovillo sobre la cama. Me quité despacio el jersey y se lo tendí, abrazándome a su cuerpo. Él se envaró por un momento, pero luego me abrazó con fuerza, acariciándome el cabello. Se desasió suavemente, tan suavemente que casi no lo noté. Me cubrió los hombros con una manta raída y me puso un termómetro, en la boca.
- Espero que no lo hagas estallar -yo sonreí- ¡Eh! ¿qué ha sido eso? -volví a sonreír- ¡Sí!
Pasó la mano por mis labios, y yo le besé la punta de los dedos. Se pintó sus labios con la ceniza y acariciándome mis manos me dijo:
- ¿Ha sido eso la sombra de una sonrisa?.
Fue desde ese momento íntimo y único, cuando empecé a amarle ciegamente. Amaba su rostro, su pelo, sus ojos, su sonrisa, su voz, su innata alegría y sus malos momentos, su forma de entenderme. Le amaba. Le amo.
Desperté a la mañana siguiente, vapuleada por el traqueteo de la carreta en movimiento. Miré a mi alrededor, no recordaba dónde estaba. Poco a poco fui recordando algunos detalles: fotos, la ropa de Hesplant, la pequeña cama de la carreta. Escuché fuera la seductora voz de Hesplant, bromeando con Salviati, un simpático enano que dice venir de Italia, y que, disfrazado de payaso, hace bromas a los visitantes.
A mi lado y perfectamente doblado y seco se encontraba mi jersey. Me lo puse, y quitándome la manta con la que había estado arropada, me senté en la cama y reflejándome en un espejo, vi con horror que me habían lavado la cara. Sintiéndome como una ladrona descubierta, busqué entre las cosas de Hesplant y encontré un bote de polvos de talco. Cuando terminé de pintarme, entró Hesplant.
- ¡Vaya!, ¿has vuelto a pintarte?, lo siento yo te lavé.
Me sentí muy mal por infundir en él esa sensación de culpa. Sonreí a modo a modo de disculpa. Me acerqué a él y temerosa, le besé en la mejilla, dejando allí una mancha blanca.
- Mira lo que has hecho -me reprochó riendo.
Yo tomé un pañuelo para limpiarle, pero el pañuelo llegó a un punto en el aire, en que no quiso moverse, o al menos eso hice que pareciese, ya que fingía empujarlo con todas mis fuerzas sin moverlo un ápice. Hesplant rió musicalmente y aplaudió mi actuación de mímica. Me rodeó con sus brazos.
- Tienes algo que obliga a quererte -dijo sonriendo- Tal vez sea ese aspecto de chica triste.
Dibujé con mis dedos lágrimas que caían por mi rostro. Él rió alegremente.
- Dime, muchacha, ¿cómo te llamas?.
Yo me di media la vuelta. No, no podía decirlo, ni siquiera a él. Comprensivo, me puso una mano en el hombro.
- Lo entiendo, todos tenemos algo dentro de nosotros, que no queremos que salga fuera.
Vi en sus ojos entendimiento y sabiduría y le abracé nuevamente. Era la primera persona que me comprendía. Después, el resto de la gente de la feria, también lo hizo, ya que, por una u otra razón, todos eran renegados o solitarios, como yo, pero con él, no sé era diferente.
Esa noche llegamos a una pequeña ciudad, siguiendo línea de la costa. Había un amplio paseo marítimo y allí instalamos las carretas, situadas, como siempre, en dos filas. Aparecieron algunos curiosos para ver cómo montábamos las tarimas de los carromatos.
Una niña pequeña, de ensortijados cabellos rubios, se acercó a la carreta de Hesplant, donde él y yo preparábamos sus antorchas. Ella se quedó embelesada mirando al muchacho y dijo con fina voz:
- Hola Hesplant.
- Es Sara, me conoce porque todos los años venimos aquí -me explico él.
Entonces Sara me miró. Me sentí un poco incómoda por su inquisitiva mirada, pero la inocencia de sus ojos azules me animó ha acercarme a ella.
- Hola -me saludó temblorosa- ¿quién eres?.
Yo miré alrededor, desconcertada. Vi que la sombra de Hesplant que colocaba una bombilla en la carreta se interponía entre nosotras, dibujando su figura. La señalé.
- ¿Eres la sombra de Hesplant? -pregunto divertida.
Me quedé un instante pensando. Nadie me podría definir de un modo más exacto. Agite la cabeza afirmativamente, complacida. Hice a la niña un gesto para que esperase y entré en el carromato. Cogí uno de los rojos pañuelos de Hesplant y se lo ofrecí a la pequeña. Ella fue a cogerlo, pero yo lo aparté repentinamente. Comencé a elevarlo despacio. Sara me miró extrañada. Lo elevé hasta que tuve que ponerme en pie y seguí subiéndolo como si tirase de mí hacia el cielo. Extendí una mano hacia Sara, y ella divertida la agarró y comenzó a tirar de mí hacia abajo. Resoplé sonoramente, fingiendo estar exhausta, y le entregué el pañuelo a Sara. Los ojos de la niña se iluminaron de alegría.
- Gracias -exclamó.
Yo le hice un gesto señalando a Hesplant y llevándome el índice a los labios.
- Tranquila, no se lo diré -prometió.
- ¡Sara! -dijo una voz.
Era una pareja, los padres de la niña, que me miraban con desconfianza. Sara me abrazó rápido y corrió hacia ellos, agitando el pañuelo entusiasmada.
Esa noche cuando Hesplant acabó su espectáculo, me sentí impulsada a subirme a la tarima. Pocos se quedaron a verme, pero los que lo hicieron, entre ellos Hesplant y Mysteria, no pudieron contener las lágrimas, emocionados por la pureza de los sentimientos que representé.
Cuando todos se fueron, me senté en el entarimado feliz y satisfecha. Hesplant se sentó junto a mí y me pasó un brazo por los hombros. Me besó intensamente, pintando sus labios con la ceniza que cubría los míos.
- La sombra de una sonrisa -dijo feliz, mirándome a los ojos.
Mysteria se acercó a nosotros y puso sus oscuras manos sobre las mías mientras me miraba a los ojos largamente.
- Que los dioses te bendigan -dijo- por tus sentimientos y emociones -tomó una mano de Hesplant y la unió con la mía- y que bendigan esta unión -añadió.
A la semana siguiente, Hesplant me cubrió los ojos con sus manos y acercando sus labios a mi oído susurro:
- Tenemos una sorpresa para ti, chica triste.
Caminamos unos cuantos metros. Entonces Hesplant apartó sus manos. Frente a mí estaban todos los integrantes de la feria, mirándome sonrientes. Y tras ellos, una pequeña carreta negra, con una tarima.
- La hemos hecho entre Salviati y yo -se jactó Hércules sacando pecho.
Les hice una reverencia, emocionada y todos aplaudieron. Esa noche actué en mi propio escenario, frente a la caseta de Hesplant. Dos días mas tarde, dejamos el pueblo y llegamos a la pequeña ciudad en la que estamos ahora. En cuanto vimos que el sol comenzaba a ocultarse, ofreciéndonos el amparo de la noche, empezamos a hacer los últimos preparativos para la función.
Un frío viento se levantó agitando los toldos de las carretas. Mysteria se situó entre todos nosotros, y en tono lúgubre auguró:
- He visto en la bola de cristal que estos vientos traen malos presagios.
Todos se quejaron de su mal agüero, y la hicieron el signo del mal de ojo, incluso Hesplant.
Yo me retiré incrédula, pero algo me decía que la gitana tenía razón.
Cuando anocheció llegaron ellos, armados con palos y escopetas. Algunos embravecidos por el alcohol, la emprendieron a golpes con el pobre Salviati, que se refugió entre las piernas de Hércules.
- La queremos a ella, a la mimo -gritó uno, señalándome.
Hesplant se acercó mi, me abrazó protector, blandiendo una de sus antorchas apagadas. El hombre que había gritado, avanzó unos pasos. Bajo la agonizante luz del sol le puede reconocer. Era el padre de Sara.
- ¿Qué quiere? -le espetó Hesplant interponiéndose.
- Ella mató a mi hija -gritó el hombre, apuntándonos con su fusil- No sé qué maldita enfermedad la contagió pero está muerta -Hesplant pareció leer mis pensamientos.
- Si algo le contagió fue la alegría, algo que tú no le ofrecías, ¡Vete! -contestó el traga-fuegos.
- No -respondió- no me he pasado una semana siguiendoos para irme. No me iré hasta que ella esté muerta.
Yo di un paso atrás y comencé a temblar, aferrándome a Hesplant. Entonces sonó el estallido y quedé cegada momentáneamente. Un peso se abalanzo sobre mí y caí al suelo. Hesplant estaba entre mis brazos. Su pecho sangraba, roto por la escopeta. Me miraba con los ojos desenfocados, respirando con dificultad. Las lágrimas empañaron mi vista.
Comenzaron a oírse sirenas y los hombres huyeron. Hesplant me acarició Me agaché sobre él y rozando su cara con mis dedos le besé. Sus labios se mancharon de ceniza por última vez. Él esbozó una sonrisa.
- ¿Ha sido eso la sombra de una sonrisa? -le dije- te quiero.
Fue la única vez en que alguien escuchó mi voz. Entonces Hesplant, murió entre mis brazos...
Esta noche una lágrima roja adorna mi blanco rostro.
Esta noche hace bastante frío, y es posible que hoy venga menos gente que nunca...
Llevo muchos años viviendo sobre la faz de la tierra
y miles mas viviendo en las tinieblas eternas...
Soy un alma solitaria y creo que seguiré así hasta el fin de mis tiempos...
Me gusta alimentarme al despertar...
Y nunca me alimento de la sangre de los animales...
No hay nada que me sacie mas que la sangre de los humanos...
La noche es parte de mi esencia...Su oscuridad es mi cómplice...
Y la luna es mi amada eterna...
Uno de mis placeres son los libros y la observación nocturna...
Se que tal vez no lo creas...Pero soy la madre y reina de los vampiros...
Si es que aún quedan de ellos sobre la faz de la tierra...
Puedes seguir tu camino o detenerte ante mi...Y caminar a mi lado...
Seras aceptado solo si crees en la magia...
y miles mas viviendo en las tinieblas eternas...
Soy un alma solitaria y creo que seguiré así hasta el fin de mis tiempos...
Me gusta alimentarme al despertar...
Y nunca me alimento de la sangre de los animales...
No hay nada que me sacie mas que la sangre de los humanos...
La noche es parte de mi esencia...Su oscuridad es mi cómplice...
Y la luna es mi amada eterna...
Uno de mis placeres son los libros y la observación nocturna...
Se que tal vez no lo creas...Pero soy la madre y reina de los vampiros...
Si es que aún quedan de ellos sobre la faz de la tierra...
Puedes seguir tu camino o detenerte ante mi...Y caminar a mi lado...
Seras aceptado solo si crees en la magia...
Si es así...Sigue mis pasos...En este mundo que ante ti se abre..
miércoles, 16 de noviembre de 2016
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