Llevo muchos años viviendo sobre la faz de la tierra 
y miles mas viviendo en las tinieblas eternas...
Soy un alma solitaria y creo que seguiré así hasta el fin de mis tiempos...
Me gusta alimentarme al despertar...
Y nunca me alimento de la sangre de los animales...
No hay nada que me sacie mas que la sangre de los humanos...
La noche es parte de mi esencia...Su oscuridad es mi cómplice... 
Y la luna es mi amada eterna... 
Uno de mis placeres son los libros y la observación nocturna...
Se que tal vez no lo creas...Pero soy la madre y reina de los vampiros...
Si es que aún quedan de ellos sobre la faz de la tierra...
Puedes seguir tu camino o detenerte ante mi...Y caminar a mi lado...
Seras aceptado solo si crees en la magia...
Si es así...Sigue mis pasos...En este mundo que ante ti se abre..

miércoles, 16 de noviembre de 2016



Érase que se era un padre con tres hijos.
Los dos mayores eran inteligentes y aplicados, pero el tercero era algo
simplote y le gustaba más jugar que estudiar.
El muchachito creía que ni sus padres ni sus hermanitos le querían, pues
siempre le estaban regañando o burlándose de él por su ignorancia.
Cuando ya fue mayor, su padre le buscó una colocación de pastor en casa
del labrador más rico del pueblo.
Ya llevaba bastante tiempo cuidando las ovejas y cumplía muy bien como
pastor, por lo que era muy apreciado, de sus amos.
Un día apacentaba el ganado, sentado en una piedra, sin hacer nada,
como de costumbre, cuando se le acercó una anjana , que entabló
conversación con él.
- ¿Por qué estás aquí de pastor, muchacho? - preguntó la anjana.
- Porque mis hermanos y mi padre no me quieren... Siempre estaban
burlándose de mí.
- Algún día te burlarás tú de ellos... ¿Cómo te va de pastor?
- Muy bien, señora.
- ¿Qué tal es tu amo?
- Muy bueno.
- ¿Te da bien de comer?
- Sí, señora.
- ¿Y tú no te cansas de estar hora tras hora sin hacer nada?

- Sí, señora; me aburro extraordinariamente, pero como no sirvo para
trabajar ni para estudiar, ¿qué quiere que haga? He pensado comprarme
una gaita cuando el amo me pague.
- No tienes necesidad de ello. Te voy a regalar yo una que tiene la virtud de
hacer bailar a todo el mundo cuando la tocan... Aquí la tienes.
Y la anjana, después de entregarle el instrumento, se despidió de él y se
marchó.
Cuando el muchacho quedó solo, probó a tocar la gaita e inmediatamente
se pusieron a bailar las ovejas. Estuvo tocando hasta que se cansó y las
ovejas, reventadas de tanto bailar, se tumbaron en el suelo a descansar.
Todos los días, a media mañana y a media tarde, hacía bailar a las ovejas;
luego las dejaba descansar. Con el ejercicio se les abría el apetito y comían
mucho y como luego reposaban, se pusieron muy gordas y lustrosas.
El pastor no decía a nadie la virtud de su gaita, pero se enteraron otros
pastores y, por envidia, dijeron al amo que el muchacho estaba loco o era
brujo, porque estaba enseñando a bailar a las ovejas.
El amo no quería creer tal cosa, pero los otros insistieron tanto, que
decidió comprobarlo al día siguiente por sus propios ojos.
Llegó, pues, al día siguiente a ver al rebaño y observó, que todas las ovejas
estaban acostadas.
- ¿Que les pasa a las ovejas que no comen? - preguntó al pastor.
- Es que están descansando, señor.
- Me han dicho que las haces bailar... ¿Es verdad?
- Sí, señor... Bailan cuando yo les toco la gaita, luego descansan y comen
más a gusto; por eso están tan gordas y lustrosas.
- ¿Las podrías hacer bailar delante de mí?
- Claro que sí. Cuando usted quiera.
- Ahora mismo.
Empezó a tocar el pastor la gaita. En el acto comenzaron a levantarse las
ovejas y corderillos y se pusieron a bailar. El amo, riendo a carcajadas,
bailó también sin darse cuenta.
Cuando el pastor cesó de tocar, se acostaron de nuevo las ovejas y el amo
tuvo que tumbarse también de cansado que estaba.
Volvió el amo algo más tarde a casa y contó a su mujer lo sucedido.
- ¿Dices que al tocar la gaita el pastor has estado bailando tú y las ovejas?
- preguntó la esposa, incrédula. - ¿Cómo quieres hacerme tragar esas
paparruchas? ¿Has bebido?
- No he bebido y lo que te estoy diciendo es la verdad... Ve mañana a verlo
y te convencerás.
Al día siguiente, el ama se dirigió al lugar en que el pastor de la gaita
apacentaba el ganado.
- ¿Es verdad que haces bailar a las ovejas, simplote? - preguntó
bruscamente.
- Sí, señora.
- Pues hazlas bailar que yo lo vea.

El muchacho empezó a tocar la gaita y las ovejas, levantándose, iniciaron
una danza desenfrenada.
El ama también estuvo dando saltos y cabriolas, con tal viveza que no
tardó en fatigarse, por lo que cuando el pastor, compadecido, cesó de
tocar, se dejó caer al suelo, sin poder hablar.
Cuando descansó un poco, se levantó y gritó al pastor:
- No puedo consentirte esta burla, mostrenco... A la noche vas a casa para
que te dé la cuenta... Quedas despedido.
Volvió el ama a su casa. El marido la vio sofocada y comprendió que había
estado bailando como él.
- ¿Te has convencido ya? - preguntó
Ella contestó furiosa:
- Sí... He visto bailar a las ovejas y he bailado yo hasta que al animal de tu
pastor le ha dado la gana. Por eso lo he despedido... No puedo aguantar
que se haya burlado de mí.
Entregaron la cuenta al pastor aquella misma noche y el muchacho se
marchó a su casa muy cariacontecido. Cuando llegó dijo a sus hermanos y
a su padre que había sido despedido, pero sin explicarles el motivo, para
no tener que hablar de su gaita.
El padre dijo que, aunque era un inútil, procuraría encontrarle otra
colocación y que comprendiera que sus hermanos iban a tener que
trabajar para él.
Entonces respondió el muchacho:
- A mí me gusta mucho ser pastor, papá; pero el ama se ha enfadado
conmigo porque la he hecho bailar...
Los hermanos empezaron a reírse de él y el muchacho se calló.
Al día siguiente, el hermano mayor salió, por encargo de su padre, a
vender un cesto de manzanas.
A pocos metros de la puerta de su casa le salió al encuentro una viejecita
que le preguntó:
- ¿Qué llevas ahí, muchacho?
- Ratas - contestó.
- Ratas serán - repuso la vieja.
Siguió andando, con la gran cesta al brazo, entró en una casa y preguntó
si querían manzanas. Le dijeron que las enseñara y al abrir la cesta
empezaron a salir ratas...
Los habitantes de la casa salieron despavoridos, llamaron a todos los
vecinos y le dieron al muchacho una paliza fenomenal por aquella broma
de mal gusto.
El pobrecillo, cuando volvió a casa, tuvo que meterse en la cama.
Al día siguiente se fue el segundo hermano a vender manzanas con la
misma cesta.
Salióle al encuentro la misma viejecita y le preguntó:
- ¿Qué llevas en el cesto, muchacho?
- Pájaros - contestó.

- Pájaros serán - repuso la anciana.
Entró en una casa a vender manzanas y cuando abrió la cesta salieron los
pájaros volando. Los de la casa rieron hasta desternillarse de lo que creían
una broma y el muchacho volvió a la suya muy desconsolado.
El hermano menor dijo a su padre:
- Quiero ir yo a vender manzanas, papá.
Los otros hermanos empezaron a gritar:
- No lo dejes, papá... ¿A dónde va a ir esa calamidad?
Pero el padre le dejó llenar la cesta y salir.
Encontróse el pequeño con la anciana, que le preguntó:
- ¿Qué llevas en ese cesto, muchacho?
- Manzanas, abuela. Y que son hermosas y sanas... Tome una y pruébela...
- No, hijo mío. Muchas gracias. Vete a venderlas y no te entretengas.
Llegó a una casa ofreciendo las manzanas. Le pidieron que se las enseñara
y al ver lo buenas que eran le compraron media cesta. Echó entonces el
dinero en un taleguillo y se fue a otra casa.
Ofreció las manzanas, le dijeron que las mostrara y, al abrir la cesta,
observó que estaba llena. Compráronle media cesta, guardó el dinero en el
taleguillo y siguió su camino.
Cada vez que entraba en una casa y abría la cesta se la encontraba llena.
Así fue vendiendo manzanas y manzanas, llenó de dinero el taleguillo,
todos los bolsillos y un pañuelo, que ató por las cuatro puntas.
Ya se volvía a casa, decidido a no vender más manzanas, y había sacado la
gaita para entretenerse por el camino, cuando le salió la anjana que se la
había regalado, y que le dijo:
- No toques la gaita hasta que llegues a tu casa.
Guardóse, pues, la gaita, y se encaminó a su casa, donde vio que
solamente estaban sus hermanos. Abriéronle la cesta y al verla llena de
manzanas empezaron a burlarse de él, pero el muchacho sacó entonces la
gaita y empezó a tocar, haciendo bailar a sus hermanos, hasta que éstos
cayeron al suelo rendidos de cansancio.
Poco más tarde llegó el padre; acompañado de la bruja buena.
- Hijos míos - dijo a los dos mayores - no volváis a burlaros de vuestro
hermano menor, porque es el mejor de los tres.
La anjana añadió:
- Yo fui quien os convirtió las manzanas en ratas y en pájaros, para
castigaros por vuestras mentiras... En cuanto a ti, agregó, volviéndose al
pequeño, devuélveme la gaita, pues ya no la volverás a necesitar.
Y como los mayores no molestaron más al pequeño y éste empezó desde
aquel día a trabajar con celo, vivieron muy felices y comieron perdices.

En aquel tiempo, llamábase hadas a todas las mujeres que eran entendidas en encantamientos, que conocían las virtudes de las palabras, de las piedras y de las hierbas y gracias a esta ciencia, conservaban su juventud, belleza y riqueza a su antojo.

Todo esto comenzó en tiempos de Merlín, el sabio adivino que conocía el pasado, el presente y el porvenir, aquel que podía hacer volar las piedras y descubrir los grandes tesoros que se encuentran bajo tierra o en las profundidades marinas y que mediante el poder de su magia levantaba, en cuestión de instantes, magníficos palacios o fortalezas inexpugnables.

La doncella vestida de blanco no era otra mas que la Dama del Lago a la que Merlín amaba apasionadamente y a quien había enseñado todos sus encantamientos.
En una sola noche, edificó para ella un magnífico palacio de cristal, pero cuando Viviana
le hizo ver que cualquiera podría observarla a través de las paredes transparentes, añadió un hechizo que sumergió el palacio encantado en el fondo de un lago.

El sabio hechicero le había revelado que, algún día lejano, ella se encargaría personalmente de recuperar Excalibur, la espada de soberanía que había sido confiada a Arturo, y de guardarla en un lugar ignorado por todos con el fin de transmitirla, más tarde, a aquel que vendría a unificar el mundo.

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